martedì 11 gennaio 2011

Per una geografia della grazia: Adolfo Suárez sentado en su escaño mientras zumbaban a su alrededor las balas en el hemiciclo desierto

Sto cercando di tratteggiare, a poco a poco, più che altro per impressioni e nel modo più concreto possibile, una possibile geografia della grazia, dei luoghi e dei momenti in cui mi è parso di averla colta. Ci provo, pur sapendo che non ne ho - e forse non ne avrò mai - una definizione coerente, esauriente, definitiva.

Secondo il mio modo di percepirla, mi pare abbia a che vedere con l'involontarietà e al contempo con l'inevitabilità di una piccola azione, minima anzi, per di più di breve durata, con un bagliore destinato a spegnersi dopo un istante ma che riesce lo stesso a penetrare e a radicarsi a fondo, e più a lungo delle grandi azioni, nel pensiero e nella memoria di chi crede di averlo intravisto. Direi che è più nei gesti che nelle parole che tende ad incarnarsi, forse perché il gesto è, se possibile, ancora più fragile ed effimero della parola e quindi più preziosa ancora la sua esistenza.

Come in altre occasioni, ed esattamente come capita con le parole nuove o con i concetti su cui ci si sofferma a riflettere un po' più a lungo, proprio ora che mi sono appena rimessa a pensare alla grazia (l'avevo già fatto, in passato), mi è capitato, del tutto casualmente, senza cercarle affatto, di trovarne delle interpretazioni offerte da altri, con le quali mi piace confrontarmi e che quindi riporto qui, nel caso dovessero essere di interesse anche per qualcun altro.

In questo caso, si tratta di un momento che fa parte della memoria collettiva di un intero paese, quello del golpe spagnolo del 23 febbraio del 1981, visto con gli occhi di una persona che si è messa a scriverne non per cercare risposte, ma per formulare correttamente una doppia domanda, per poi finire col realizzare che lo stimolo alla scrittura ricevuto dalla memoria nazionale, con tutte le sue imperfezioni, celava in realtà una memoria privata, del tutto personale.

Tra gli elementi che trovo particolarmente interessanti in questo caso ce n'è uno che vorrei sottolineare: l'autore del gesto in questione non ha mai goduto della stima dello scrittore, ma solo di quella del padre di questi - ecco la natura della sua memoria privata ed ecco anche uno dei motivi per cui mi piace riportare l'opinione di chi è riuscito ad individuare la grazia persino nel gesto di un avversario.

*

(...) yo había visto decenas de veces esa imagen, pero por algún motivo aquel día la vi como si la viese por vez primera: los gritos, los disparos, el silencio aterrorizado del hemiciclo y aquel hombre recostado contra el respaldo de cuero azul de su escaño de presidente del gobierno, solo, estatuario y espectral en un desierto de escaños vacíos. De repente me pareció una imagen hipnótica y radiante, minuciosamente compleja, cebada de sentido; tal vez porque lo verdaderamente enigmático no es lo que nadie ha visto, sino lo que todos hemos visto muchas veces y pese a ello se niega a entregar su significado, de repente me pareció una imagen enigmática. Fue ella la que disparó la alarma. Dice Borges que «cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es». Viendo aquel 23 de febrero a Adolfo Suárez sentado en su escaño mientras zumbaban a su alrededor las balas en el hemiciclo desierto, me pregunté si en ese momento Suárez había sabido para siempre quién era y qué significado encerraba aquella imagen remota, suponiendo que encerrase alguno. Esta doble pregunta no me abandonó durante los días siguientes, y para intentar contestarla —o mejor dicho: para intentar formularla con precisión— decidí escribir una novela.
(...)
¿Tiene razón Borges y es verdad que cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo instante, el instante en que un hombre sabe para siempre quién es? Vuelvo a mirar la imagen de Adolfo Suárez en la tarde del 23 de febrero y, como si no la hubiera visto centenares de veces, vuelve a parecerme una imagen hipnótica y radiante, real e irreal al mismo tiempo, minuciosamente cebada de sentido: los guardias civiles disparando sobre el hemiciclo, el general Gutiérrez Mellado de pie junto a él, la mesa del Congreso despoblada, los taquígrafos y los ujieres tumbados en el suelo, los parlamentarios tumbados en el suelo y Suárez recostado contra el cuero azul de su escaño de presidente mientras las balas zumban a su alrededor, solo, estatuario y espectral en un desierto de escaños vacíos.
Es una imagen huidiza. Si no me equivoco, hay en los gestos paralelos de Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo una lógica que sentimos en seguida, antes con el instinto que con la inteligencia, como si fueran dos gestos necesarios para los que hubieran sido programados por la historia y por sus dos contrapuestas biografías de antiguos enemigos de guerra. El gesto de Suárez es casi idéntico al suyo, pero al mismo tiempo sentimos que es diferente y más complejo, o al menos lo siento yo, sin duda porque siento también que su significado completo se me escapa. Es verdad que es un gesto de coraje y un gesto de gracia y un gesto de rebeldía, un gesto soberano de libertad y un gesto histriónico, el gesto de un hombre acabado que concibe la política como aventura y que intenta agónicamente legitimarse y que por un momento parece encarnar la democracia con plenitud, un gesto de autoridad y un gesto de redención individual y tal vez colectiva, el último gesto puramente político de un político puro, y por eso el más violento; todo esto es verdad, pero también es verdad que por algún motivo ese inventario de definiciones no satisface ni al sentimiento ni al instinto ni a la inteligencia, como si el gesto de Suárez fuera un gesto inagotable o inexplicable o absurdo, o como si contuviera infinitos gestos.

Javier Cercas, Anatomía de un instante, Debolsillo, 2010

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